viernes, 3 de agosto de 2007

La nostalgia sigue siendo igual que antes

Comentario de Gabriel García Márquez al enterarse que habían matado a john Lennon


Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan.
Durante 48 horas no se habló de otra cosa. Tres generaciones -la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores- teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, y por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera quince: “La felicidad es una pistola caliente”. Un chico que estaba viendo el programa dijo: “A mí me gustan todas”. Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años, “porque el mundo se está acabando”.
Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidaré nunca aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos dónde sentarnos, había sólo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres: Help, I need somebody. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla en favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es un oiseau de malheur, es decir, un pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé desde entonces en incluir a los Beatles.
Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”. Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.
Como sucede siempre, pensábamos entonces que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo vemos con asombro cómo éramos de jóvenes, y no sólo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles del fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados. El Che Guevara, conversando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero sólo cuando se tiene hambre. En cambio, siempre empieza por la música. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco.
Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajo hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y de las drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres y los hijos, el principio de un nuevo diálogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.
El símbolo de todo esto -al frente de los Beatles- era John Lennon. Su muerte deja un mundo distinto poblado de imágenes hermosas. En Lucy in the sky, una de sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En Eleanor Rigby -con un bajo obstinado de chelos barrocos- queda una muchacha desolada que recoge el arroz en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. “¿De dónde vienen los solitarios?”, se pregunta sin respuesta. Queda también el padre Mac Kensey escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros, es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.

"La iglesia es portadora de grandes verdades que no son reveladas"


Guillermo Zuccoli tiene 44 años, es Teólogo y Licenciado en Filosofía y Letras.
Entrevista realizada por Santiago García Cancio

El libro The holy blood and the holy grail (La santa sangre y el santo grial), publicado en 1982, sostiene no solo que María Magdalena fue esposa de Jesús, sino también que tuvieron hijos y que su linaje puede existir en la actualidad, pero no se dan a conocer por que tal vez los descendientes no conocen sobre su origen.

“La iglesia es portadora de grandes verdades que no son reveladas”, eso creo que no es un secreto. Seguramente sabe cosas de las que nosotros jamás nos vamos a enterar, o tal vez si, pero no creo que esas verdades cambien o disuelvan la Iglesia católica. El mensaje que se transmite en la Biblia es contundente, habla de amor, paz, igualdad y respeto entre otras cosas, por eso pienso que el corazón de lo que dicen y transmiten los evangelios es lo que queda en la gente.

Creo que si Jesús tuvo descendencia se hubiese conocido. Desde los evangelistas, los que lo rechazaron, o los que lo enviaron a la cruz, luego de darse cuenta quien era Jesús, hubiesen dado a conocer si tuvo hijos y con quien. Además en el hipotético caso de que haya tenido hijos, pienso que esa revelación no hubiese alterado la fe de los cristianos ya que el centro de la polémica no esta en la palabra de Jesús, sino en los hombres que integran la Iglesia.

Raymond Brown, conocido como el primer erudito bíblico católico en Estados Unidos, afirma que el Cuarto Evangelio fue creado por María Magdalena, llamada en ese evangelio como el “discípulo amado” de Jesús. Por lo tanto asegura que ella es la líder y fundadora de la Iglesia católica.

El discípulo amado era Juan, y hasta en los escritos lo dice. Juan era el discípulo más joven de Jesús, tendría entre 11 y 12 años, por eso se lo llamaba el “discípulo amado” o el “discípulo que Jesús más quería”, porque era el más chico y al que Jesús más le quería enseñar, transmitir y mostrar.
Raynmond Brown escribió muchas sobre el cuarto Evangelio, que según él creó María Magdalena, pero, como tantos otros libros, no tienen fundamentos.

Los argumentos que Brown presenta se basan en las escrituras, hoy llamadas “Evangelios Gnósticos”, encontradas en 1945 en el pueblo Egipcio, Nad Hammadi.

Esas escrituras no fueron aprobadas como veraces. Igualmente en esos escritos, donde también se menciona a Thomás, se nombra a Juan como autor del cuarto Evangelio.

Lo que plantea Raymond Brown es que el evangelio fue escrito de puño y letra por Juan, pero la autora intelectual es María Magdalena.

Eso creo que nunca se va a saber, son interpretaciones. Es probable que haya contado muchas cosas sobre Jesús, no olvidemos que en la Biblia se mencionan a 12 apóstoles hombres y a 12 apóstoles mujeres, entre las que se encontraba Maria Magdalena. Por lo tanto que lo haya ideado ella es posible, pero pudo haber sido ella como cualquiera de las 11 restantes, o solo podemos remitirnos al evangelio donde dice que lo escribió Juan. De todos modos el mensaje que se quiere dar, se cumple.

Con tantos rumores sobre los autores de los evangelios ¿es lógico que los creyentes duden?

Eso se puede dejar para libre interpretación, creo que el que tiene fe y cree no se fija sobre quien escribe en la Biblia, sino que pone atención en lo que dice, ya que para un católico no importa quien lo escriba, interesa quien lo dijo.

Damnificados sin indemnización


La corte suprema de Justicia rechazó el expediente Machado juana y otros, que involucra a 1.200 particulares, con el patrocinio del abogado Héctor Falicof, que demandaba inicialmente a la Entidad Binacional Yacyretá, EBY, por 400 millones de dólares, monto que en la tramitación judicial previa fue descendiendo hasta ubicarse en los actuales 8 y 9 millones de esa moneda.
El máximo tribunal revocó una sentencia que obligaba a la entidad binacional a retribuir económicamente a un grupo de personas que demandaban una indemnización integral fundada en los perjuicios que supuestamente les había provocado la Yacyretá.
Los demandantes, entre argentinos y paraguayos ex habitantes de tierras “ancestrales” que, en 1994, quedaron inundadas por la elevación de la cota del Río Paraná, manifestaron que habían perdido sus fuentes de trabajo como consecuencia de las acciones llevadas a cabo por la entidad para la construcción de la represa hidroeléctrica, lo que habría restringido indebidamente los recursos naturales en las zonas afectadas por la represa. Además, manifestaron que había disminuido la cantidad y calidad de peces que capturaban, y también la desaparición bajo las aguas de los lugares donde realizaban sus actividades.
La Corte concluyó que no se puede acordar con los particulares, en el marco de la ley de expropiación, una indemnización con fundamento en la utilización del espacio público y que una conclusión diferente conduciría al absurdo de constituir al Estado en garante de hipotéticas ventajas económicas sin que exista deber legal de hacerlo.
El juez Zaffaroni votó en disidencia y se remitió a mantener lo que había dicho en una causa análoga, en la cual la Corte falló en contra de la pretensión indemnizatoria del pescador, Juan Carlos Ramírez. En ese caso, conocido el 6 de junio, Zaffaroni afirmó que la Constitución nacional obliga al Estado a “preservar el medio ambiente y, por ende, la fauna que lo integra”. El ministro de la Corte resaltó que esa obligación del Estado es todavía mayor cuando de las condiciones ambientales dependen las fuentes tradicionales de industrias artesanales.
En el caso de Ramírez, lo que dijo Zaffaroni era que la construcción de la represa avanzó sobre su medio habitual de supervivencia.
El abogado Héctor Edgardo Flicoff, representante legal de los damnificados, sostuvo que: “En las dos márgenes del río, las inundaciones provocadas por la construcción de la represa dejaron unos 80 mil damnificados, de los cuales unos 1200 fueron a juicio. Ahora el único camino que nos queda es recurrir a los organismos internacionales (la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Internacional de La Haya). Nosotros decimos que el fallo de la Corte constituye una violación a los artículos 1º y 6º del Código Internacional de Derechos económicos, sociales y políticos, firmado en 1966 en las Naciones Unidas, del cual el Estado argentino es firmante y, por lo tanto, está obligado a respetar”.

Los asambleístas llevan casi diez años de reclamos: “cada categoría de trabajador recibirá el monto fijado por el juez; hay pescadores comerciales y de subsistencia, pequeños, medianos y grandes ladrilleros, el importe a cobrar será según la actividad de cada poblador damnificado”. “El reclamo se basa en un trabajo serio donde participaron peritos designados por las partes mediante estudios periciales antropológicos. Le tocó al juez Chavez, de primera instancia, designar a los especialistas, empezando por el Dr. Jaume, Rector de la Universidad Nacional de Misiones, experto en ciencias antropológicas y ex decano de la Facultad de Humanidades”, reflexionaba de esa manera el abogado Falicoff, apoyado en los muros de la infausta casa de la justicia ciega.
En el comunicado de prensa que presentaron los damnificados de Yacyretá, que se movilizaron hasta Tribunales, sostienen: "Buscamos una sentencia favorable y global donde se involucre a las 1200 familias que fuimos afectadas por la construcción de la represa yacyretá en una zona de llanura que inundó miles de hectáreas productivas de ambas márgenes del río Paraná. Acá hay argentinos y paraguayos, y en su mayoría de la comunidad aborigen Mbya-guaraníes".